La historia del vino en La Araucanía se inicia a finales del siglo XIX con la llegada de la inmigración europea, a diferencia de lo que ocurrió en el resto de Chile, donde la viticultura se remonta al siglo XVI y a la conquista española.
Familias inmigrantes de Francia, Suiza, Austria e Italia, principalmente, se instalaron en estas tierras de incalculable belleza, donde la presencia de los pueblos originarios marcaría su existencia en medio de un clima frío, húmedo e inhóspito para la vid. Sin embargo, trajeron consigo la cultura del vino y cultivaron la vid con la pertenencia de una tradición que les era propia. Con el tiempo, las duras condiciones climáticas así como factores económicos fueron mermando este incipiente desarrollo. Sin embargo, en las últimas tres décadas el viñedo renace, abriendo un camino lleno de luces para la producción vitivinícola del extremo sur de Chile.
Este resurgimiento se inicia el año 1995, cuando el agricultor Alberto Levy Widmer junto a su yerno, el enólogo Felipe de Solminihac, plantan Chardonnay en la zona de Traiguén. Una apuesta visionaria que dio origen a uno de los grandes vinos blancos de Chile y con ello incentivó la recuperación y creación de nuevos proyectos en la zona.
En 2018 se crea la Asociación de Viñateros de La Araucanía que agrupa a descendientes de los primeros inmigrantes, nuevos viñateros y familias mapuches que comienzan a recuperar, plantar y vinificar vinos con gran identidad territorial, dando vida a lo que hoy se vislumbra como un nuevo polo de desarrollo de la vid vinífera latinoamericana, con regiones emergentes como el Valle del Malleco –que desde 2002 es la Denominación de Origen más austral de Chile– y el Valle del Cautín.